domingo, 22 de enero de 2017

EL PALO SANTO

Poco después de los cuatro viajes realizados entre España y América por Cristóbal Colón, aparece en la península Ibérica una “peste” (así se la llamó entonces) que luego se iría extendiendo por Europa. Nadie supo, como apareció ese mal y la medicina de entonces era incapaz de detenerlo; quienes lo contraían veían sus cuerpos cargarse de llagas purulentas y doloridas hasta el momento de su muerte.
En 1530, el médico y erudito italiano Girolano Frascatoro (1478-1553), publica una obra que hoy es de gran interés para los estudiosos de la historia y la evolución de la medicina. El libro en cuestión trata sobre la terrible enfermedad que azotaba gran parte de Europa y es el primer tratado sobre esta peste en la historia de la medicina.
Según las investigaciones del doctor Frascatoro, la peste tenía su origen en América y llegó a Europa con los viajes transatlánticos entre el Viejo Continente y el Nuevo Mundo... En efecto, los marinos la adquirían en América mediante el contacto sexual con las indias. Aquella enfermedad era la sífilis.
Los indios, desde hacía mucho más de 20.000 años eran sifilíticos, pero a través de los milenios, por selección natural, sólo fueron sobreviviendo los más fuertes y fueron generando individuos con las defensas necesarias para que sus organismos resultaran inmunes. Los europeos en cambio no contaban con las defensas necesarias y la enfermedad avanzaba inexorablemente hasta alcanzar la muerte.
Según el doctor Frascatoro (y aquí ya entraba la leyenda), el origen de la enfermedad tuvo lugar muchos milenios atrás, cuando un cacique, de nombre Siphylo (del cual deriva el nombre de la enfermedad) sintiéndose muy abatido, rogó a los dioses que le quitaran ese mal y los dioses hicieron crecer un árbol con propiedades curativas conocido como GUAYACÁN.
Cuando en 1530 apareció el tratado del doctor Frascatoro, los libros no estaban al alcance de todos por dos motivos fundamentales: la mayor parte de la gente no sabía leer y, por otra parte, eran muy caros; no cualquiera podía comprar un libro. Tengamos en cuenta que no hacía mucho que Johannes Gutemberg (1400-1468) había inventado la imprenta y aún faltaban algo más de dos siglos para que la producción de libros y la relativa reducción de los analfabetos comenzaran a abaratar los costos. De manera que, por entonces, el libro sólo estaba al alcance de la gente pudiente y que además supiera leer…
Y entre los enfermos de esa poca gente hubo quienes comenzaron a pagar grandes sumas de dinero a los expedicionarios que venían a América para que les trajeran, por lo menos, un fragmento, rama, tronco, palo o trozo de guayacán. Pero ocurre que, en ese tiempo, en Europa no se tenía idea de que era y como era el codiciado árbol. Y los expedicionarios, la más de las veces, regresaban trayendo cualquier trozo que les parecía o creían que era un fragmento de guayacán, según las confusas informaciones de los indios,
Según el doctor Frascatoro, con una infusión diaria de la resina de ese árbol, el cacique Siphylo había logrado vencer al mal... Y la desesperación por continuar viviendo hizo que muchos consideraran a ese árbol como el proveedor de la “MADERA SAGRADA” que podía evitar la muerte. De esta forma el madero sagrado pasó a llamarse PALO SANTO, denominación que hasta nuestros días se continúa utilizando popularmente cuando se habla del guayacán, planta que con el transcurso del tiempo se supo que crecía en Suramérica, fundamentalmente en la región que hoy ocupan Perú, Ecuador, Bolivia, Paraguay y el Mato Grosso brasileño. Se trata de un árbol muy frondoso que puede alcanzar más de 15 metros de altura.
El más famoso de los europeos que viajó a América en busca del guayacán fue el español Don Pedro de Mendoza (1499-1537); pero este es un tema para tratar en una próxima publicación.
Armando Lofiego

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