martes, 8 de diciembre de 2015

Los grandes cambios sociales y políticos

XLVII- CARLOS GARDEL, SU ARTE, SU TIEMPO Y LA HISTORIA


Hemos llegado a un punto en el cual se hace muy necesario aclarar diversas cuestiones acerca de los grandes cambios sociales y políticos que ha sufrido la República Argentina entre las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX para poder comprender con claridad el mensaje que encierran muchas de las obras grabadas por Carlos Gardel, artista que comprendió como pocos las zozobras del pobrerío, tanto en el campo como en las grandes ciudades.
Hemos comentado ya algo acerca de las matanzas de indios y de gauchos en suelo argentino por parte del conservadorismo neoliberal quienes se creyeron durante décadas los patrones del país (y aún lo siguen creyendo) ejerciendo el poder mediante el fraude y la violencia.
Estas matanzas respondían a un programa perfectamente planeado desde la década de 1840 cuando, desde su exilio en Francia, el general San Martín (1778-1850) justificó los desórdenes sociales que provocaron los ensayos constitucionales que se hicieron en los nuevos países de América:

“Estoy persuadido de que los males que aquejan a los nuevos estados de América no se deben tanto a sus pobladores como a las constituciones que los rigen”.
José de San Martín

Al respecto, y previendo que tal vez San Martín pudiera tener razón, Juan Bautista Alberdi (1810-1884), considerado el padre de la Constitución Argentina, decidió que las leyes y mandatos debían coincidir con las necesidades y la psicología del pueblo, si es que se puede hablar de psicología en aquellos tiempos:
“Si es necesario que haya reciprocidad entre nuestras leyes y el pueblo, entonces debemos cambiar al pueblo por otro pueblo capaz de respetar nuestras leyes… Para ello debemos reemplazar nuestra población por pobladores ingleses…”
Juan Bautista Alberdi

Es decir que, según Alberdi, no había que cambiar las leyes para que sirvieran al pueblo sino al pueblo para que sirviera a las leyes. Y sin más rodeos se comenzó a trabajar para poblar con gente europea la Argentina mientras se iniciaba la matanza de indios y de gauchos casi en forma inmediata.
Sé que este comentario puede parecer increíble para mucha gente que vive totalmente desconectada de la Historia. Y lo más triste es que esto lo he comprobado, una y mil veces, entre docentes de escuelas secundarias, que fue el ambiente social en el que me he movido por más de medio siglo a partir de mis 18 años de edad.
Lo cierto es que el general Roca (1843-1914) se dedicó a la matanza de indios siendo para ello provisto con gran cantidad del último modelo de fusiles marca Remington que los Estados Unidos ofreció gentilmente para probar su eficacia. No obstante la matanza no fue total y algunos pocos indios se han salvado de la masacre.
La última vez que estuve en el centro cívico de Bariloche (hace unos 10 años) he visto la estatua del general Roca a caballo en la que habían pintado con grandes letras “Todavía estamos”. Según lo que, con cautela, pude averiguar, nadie de los visitantes ni lugareños conocía el significado de esas palabras pintadas en la estatua del gran genocida del desierto… La ignorancia y la inconsciencia van siempre de la mano y son tan grandes que muchas veces resulta temerario pretender aclarar las cosas.
Las mujeres que no ofrecieron resistencia con sus hijitos fueron capturadas y trasladadas como ganado a Buenos Aires donde fueron ofrecidas gratuitamente (junto con sus hijos) como esclavos a las familias acomodadas para las tareas domésticas: lavar, planchar, cocinar, limpiar, mantener los jardines, etc., etc… La esclavitud ya había sido abolida y sin embargo, mediante avisos en el diario “La Nación” (periódico de Bartolomé Mitre), los aborígenes eran ofrecidos como esclavos… Es que para los “patrones del país” no había límite alguno; hacían y deshacían cuanto y como querían.
Casi al mismo tiempo en general Bartolomé Mitre (1821-1906) inicia en la década de 1860 las matanzas de gauchos aconsejado por el “gran educador” Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) que no ahorrara sangre de gauchos porque la sangre era lo único que tenían de seres humanos.
Y así, mientras de esta manera al país lo iban despoblando de la gente natural de la tierra, a partir de 1870 se comienza a promover la llegada de grandes cantidades de inmigrantes de Europa que, sin saberlo, los venían a reemplazar. Pero ocurre que no vienen ingleses, sino que llegan tanos, gallegos, turcos, polacos, etc., hambrientos y analfabetos que creían en el bienestar que tendrían en Argentina gracias a la propaganda que se hacía en Europa.
Ante semejante e inesperado cambio de situación, Juan Bautista Alberdi, para justificar el fracaso de su famoso eslogan “gobernar es poblar”, expresó desde París en 1873:
“Poblar es enriquecer cuando se puebla con gente inteligente en la industria y habituada al trabajo que produce y enriquece. Poblar es civilizar cuando se puebla con gente civilizada, es decir, con pobladores de la Europa civilizada. Por eso he dicho en la Constitución que el gobierno debe fomentar la inmigración europea. (...) Poblar es apestar, corromper, degenerar, envenenar un país, cuando, en vez de poblarlo con la flor de la población trabajadora de Europa, se le puebla con la basura de la Europa atrasada o menos culta”.
Juan Bautista Alberdi

No recuerdo quien fue (creo que era un mexicano) el intelectual que dijo ante la andanada de gente que venía de Europa a la Argentina:
“Los mexicanos descienden de los Aztecas, los peruanos de los Incas, los chilenos de los Araucanos, etc., y los argentinos de los barcos”.
Y era cierto; en poco tiempo la sociedad criolla se transformó en una sociedad compuesta por un matete de extranjeros de todas las nacionalidades sin conocimiento ni apego alguno a las costumbres locales. Hacia 1910, con el Centenario de la Revolución de Mayo, la transformación era ya tan grande en Buenos Aires que el pensador y ensayista Ricardo Rojas (1882-1957) publicó su famoso tratado titulado “La Restauración Nacionalista”. Algo había que hacer; ya se estaba desintegrando hasta el idioma. Mi padre, nacido en 1906, siempre me comentaba que cuando niño, en la casa se hablaba en italiano (el idioma de sus padres), en la escuela se enseñaba a hablar en castellano y en la calle se hablaba en lunfardo. No creo que haya sido muy distinta la vida de los pibes del Buenos Aires de aquel tiempo. El idioma de la calle ha sido usado en muchos tangos de las primeras décadas del siglo XX grabados por Carlos Gardel y que hoy, para las nuevas generaciones, resultan casi incomprensibles a pesar de la vigencia que muchos de ellos aún tienen todavía.

(CONTINUARÁ)

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