martes, 12 de mayo de 2015

LOS ORÍGENES DE CARLOS GARDEL. Capítulo VII.


 La claque del Patasanta

Aquel niño vagabundo y aventurero no sólo frecuentaba los lugares marginales de Buenos Aires sino que también comenzaba a vincularse, mediante las labores más humildes, con el ambiente del espectáculo en algunas salas de barrio.
En efecto, Luis Giglione, apodado “El Patasanta”, hacia el año 1894, tenía bajo su dirección a un grupo de jovencitos destinados a aplaudir en las salas de espectáculos con el objeto de contagiar al resto del público y lograr, muchas veces, verdaderas ovaciones en determinados pasajes de la puesta en escena. Este conjunto de aplaudidores, que recibía una módica paga, era conocido en el ambiente escénico como “la claque del Patasanta”, y allí ingresó Gardel, atraído por la posibilidad de escuchar a cantantes líricos de cierta importancia directamente en la escena.
Acerca de esta etapa, el propio Carlos Gardel comentó para el diario “Noticias Gráficas” de Buenos Aires del 21 de setiembre de 1933, cuando ya era un veterano triunfador:
“Conservo aún mis buenas amistades de aquella época... Ahí andan el gran Patasanta quien salió de comparsa tantas veces conmigo...”
En efecto, el Patasanta, también se ocupaba de contratar gente para poblar el escenario en determinados pasajes en que la obra representada lo requería.
La actividad de Carlos Gardel, como integrante de aquella famosa claque de aplaudidores pagos, no se puede extender más allá del año 1895, cuando a lo sumo, el futuro cantor, contaba con 12 años de edad debido a que el renombrado Luis Giglione, “El Patasanta”, en diciembre de 1895 comienza a regentear el Teatro San Martín de Buenos Aires (ubicado en Esmeralda 255) y aparece contratando a la Compañía de José Podestá que debuta el 28 de diciembre del mencionado año, de acuerdo con lo que informa el investigador Ricardo Ostuni en su libro “Repatriación de Gardel”.
Así las cosas, resulta muy lógico suponer que el famoso “Patasanta” ya había abandonado su actividad con la claque.
Por otra parte siempre se supo que Gardel desde niño cantaba las romanzas de moda para sus amigos; canciones aprendidas durante aquellas funciones integrando la mencionada claque.
En el diario “Noticias Gráficas” de Buenos Aires del 21 de setiembre de 1933, durante un reportaje, el propio cantor nos recuerda…
“...aquellos tiempos del sabroso sandwich de mortadela y el 5 y 5 de vino y limonada, cena magnífica en el almacén de una esquina, rociada con romanzas que me fajaba a pedido de la selecta concurrencia...”

En busca de documentación

En 1895, el cantor viaja, en compañía de alguien que no ha podido ser identificado, tal vez con doña Berta, hasta la capital uruguaya con la finalidad de intentar alguna tramitación que le permita normalizar su cada vez más comprometida situación de persona indocumentada. Allí, en Montevideo, le es otorgado finalmente un certificado expedido por el Registro Civil de aquella ciudad, con fecha 4 de noviembre de 1895. Este documento es logrado mediante una Partida de bautismo, original de Tacuarembó obtenida, tal vez en 1890, por Berta Gardes con la finalidad de internar a “Carlitos” en el Consejo del Niño, según vimos oportunamente. En dicho certificado, debajo del número del mismo (N° 372), Carlos Gardel aparece anotado como Carlos Escayola.
Este documento, del que el investigador Erasmo Silva Cabrera (Avlis) reprodujo en su libro “Carlos Gardel, el gran desconocido” solamente los primeros renglones, seguramente debió quedar en manos de doña Berta pues, el cantor, ya mayor de edad, tal vez ignorando la existencia del mismo, debido a la escasa, casi nula, comunicación que tenía con Berta, viajará nuevamente a la Capital uruguaya, buscando alguna solución para su situación de persona indocumentada y allí le entregarán un duplicado del mismo tal como oportunamente veremos.
No obstante, un documento en el que aparecía registrado como Carlos Escayola era para mostrar sólo en algún caso de emergencia, ya que si la justicia comenzaba a investigar no tenía como probar el origen de ese apellido.

Los asentamientos parroquiales


Hasta fines del siglo XIX, la Iglesia Católica era la encargada de registrar todos los nacimientos, casamientos y defunciones, inclusive de aquellos que profesaban otros cultos religiosos. Cuando es creado el Registro Civil, las inscripciones de estos acontecimientos quedan a cargo del nuevo organismo y todo lo registrado hasta ese momento por la Iglesia, debe ser previamente certificado por el Registro Civil para que el documento tenga valor legal. Para cumplir con este requisito, en la República Oriental del Uruguay, el 9 de julio de 1888, fue creada una ley cuyo artículo 2º establecía:
“Para que toda partida o testimonio extraído de los libros parroquiales produzca efectos civiles (...) es necesario que sean autorizados por un certificado del Director General del Registro Civil”.
Así, toda la transferencia de documentos parroquiales al Registro Civil, se produjo lenta y gradualmente ya que, todavía, hasta bien entrado el siglo XX, la Iglesia, que no se resignaba a dejar aquella tarea, continuaba haciendo los registros en sus libros toda vez que alguien lo solicitaba.
En 1896, con 12 ó 13 años de edad, Carlos Gardel efectúa su primera escapada de Buenos Aires: se va a Montevideo sin decir nada a nadie y, aparentemente, por declaraciones de Berta, lo hizo en compañía de otro jovencito del que, hasta hoy, los investigadores no han podido determinar su identidad. Según Erasmo Silva Cabrera, el joven Gardel, al llegar a Montevideo, se instala en una habitación del conventillo abandonado que se hallaba en la calle Isla de Flores, entre Convención y Río Branco. Llevó consigo un pequeño catre plegable que era de Berta, según ella misma declaró para la revista “La Canción Moderna” publicada en Buenos Aires el 6 de junio de 1936.
En 1960, Alfredo Bacigalupo, funcionario de la Jefatura Policial de Montevideo, que nació y vivió en  esa zona, informó que aquel edificio desocupado era habitado por gente del más bajo nivel social y sin recursos porque allí no pagaban nada ni había que pedir permiso a nadie, pues aquel viejo caserón se hallaba abandonado desde hacía muchos años. Como es de imaginar, la gente que habitaba aquel conventillo derruido, lo hacía en forma transitoria mientras trataba de solucionar sus problemas económicos. Luego, cuando conseguían trabajo, ni bien podían, se mudaban a otro conventillo con mejores condiciones de habitabilidad. Por entonces, el conventillo era el modo de vida en la mayoría de la clase proletaria del Río de la Plata.
Sobre este viaje, Berta, que aseguraba que Carlitos se había ido con otro jovencito, declaró para “La Canción Moderna” del 6 de junio de 1936 que tenía 14 años y...
“Desde entonces no volví a tener más noticias de él. Con el correr del tiempo me mudé de la casa donde había vivido hasta entonces y
comencé a perder las esperanzas de volver a encontrarlo... Algunas veces imaginé que había vuelto y recorrí los cafés que acostumbraba a frecuentar, pero la respuesta era siempre la misma: No sabemos nada señora. Nadie sabía nada.”
Si Carlos Gardel viajó a Montevideo en el año 1896, como afirma Erasmo Silva Cabrera, y si Berta no se equivoca al decir que tenía 14 años, el cantor, entonces, habría nacido en 1882.
“Carlitos” era conocido en las comisarías de Buenos Aires con ingresos por vagancia hasta altas horas de la noche, y por no contar con la “papeleta” (como vulgarmente se le decía entonces al documento que establecía la identidad) se encontró ante una situación cada vez más comprometida y decidió alejarse por un tiempo de Buenos Aires para radicarse en el mencionado conventillo de la calle Isla de Flores en el Barrio Sur Montevideano.
En la capital uruguaya, los controles no eran tan estrictos cómo en Buenos Aires y, a pesar de su situación como persona indocumentada, podía vivir más tranquilo.
Al mismo tiempo parecen ciertos los testimonios, que siempre brindaron algunos amigos de la infancia, acerca del poco cuidado que Berta le prodigaba a “Carlitos” quien pasó prácticamente toda su infancia rodando de un lado a otro, hallando protección y amparo solamente durante aquella época que vivió en Montevideo con Anais Beaux y Fortunato Muñiz, a quienes el cantor, ya consagrado y famoso internacionalmente, como hemos comentado con anterioridad, los mencionaba cariñosamente en algunas cartas como “mis queridos viejos”.

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