jueves, 18 de agosto de 2016

LA MALA VIDA Y EL TANGO (I) DAME LA LATA (Primera parte)

LA MALA VIDA Y EL TANGO (I) - 2 / 8 / 2016
DAME LA LATA (Primera parte)
Los hechos de los que me voy a ocupar a lo largo de los capítulos de LA MALA VIDA Y EL TANGO, que hoy comienzo a publicar, no sólo ocurrían en Buenos Aires. También se dieron en otros centros urbanos de gran importancia destacándose entre los más importantes las ciudades de Rosario (Provincia de Sante Fe) y Montevideo (República Oriental del Uruguay).
Cuando digo “MALA VIDA” me refiero al delito en general y a la droga y la prostitución en particular. La prostitución fue un fenómeno (por llamarlo de alguna manera) que existió en casi todo el mundo a lo largo de muchos siglos. En la región del Río de La Plata la “MALA VIDA” ha quedado documentada en muchos tangos. Los más antiguos, desde fines del siglo XIX hasta promediar la década de 1920 eran tangos en su mayoría sin letra, pero que tenían un mensaje y una connotación pecaminosa en los títulos. Con el transcurso del tiempo algunos de ellos llegaron a tener letra y a ser cantados e incluso registrados por los artistas del momento. Hoy en día, muchos de esos títulos han perdido su sentido original y otros han sido cambiados.
Al promediar la década de 1870, la población de la ciudad de Buenos Aires era de unos 200.000 habitantes. Hasta ese momento, la prostitución era considerada como un mal menor entre todos los males que padecía la ciudad. No creo que las cosas hayan sido muy diferentes en Rosario, en Montevideo y en muchos otros centros urbanos de Latinoamérica.
En Buenos Aires, las autoridades en general encarcelaban o podían encarcelar o enviar a las fronteras (para servir a las tropas), a las mujeres que eran sospechosas de llevar una vida obscena, es decir, vivir comerciando con su propio cuerpo.
El acelerado aumento de la población por la enorme cantidad de hombres jóvenes extranjeros que llegaban a Buenos Aires, en su mayoría de Europa, hizo que se hiciera necesario ejercer algún tipo de control para evitar la propagación de las enfermedades venéreas. Por tal razón, el 5 de enero de 1875 se dictó por primera vez una ordenanza reglamentaría sobre la prostitución.
A partir de entonces, los locales en que se ejercía esta actividad debían ser autorizados y registrados; caso contrario serían clausurados. La legalización de estos locales incluía un impuesto anual de 10.000 pesos más 100 pesos por cada mujer que ejercía la prostitución. Según parece la cantidad de dinero era muy grande por entonces y por tal motivo muchos se organizaron para continuar con la explotación, de tan antiguo “oficio”, en forma clandestina.
A partir de entonces se inicia la aparición de prostíbulos clandestinos a los que concurrían mujeres que “trabajaban” bajo el dominio, muchas veces despótico, que ejercían ciertos hombres que vivían con el dinero que producían las mujeres que tenían a su cargo. Por esa época (alrededor de 1885) se hizo muy popular lo que muchos estudiosos consideran el primer tango: “DAME LA LATA”.
La lata era una especie de alcancía donde se depositaban las fichas usadas en los prostíbulos en que se cobraba por adelantado y como comprobante el cliente recibía una ficha que debía entregar a la prostituta.
Había por entonces unos pocos prostíbulos de calidad y legalizados, cuyo precio era de unos 5 pesos; pero la mayoría eran clandestinos y costaban sólo 1 peso.
El cliente, ya con su ficha, pasaba al lugar en que se hallaban las mujeres y una vez elegida una, entraba al cuarto donde, antes del acto sexual, colocaba la ficha dentro de una rudimentaria alcancía de lata como forma de pago. Este complicado sistema tenía por finalidad impedir el acceso de las prostitutas al dinero por el temor a que escaparan con la recaudación.
No obstante, de vez en cuando, alguna prostituta, en complicidad con la mujer que regenteaba el prostíbulo, lograba abrir la alcancía de lata y extraer algunas fichas que eran cobradas por ella. De ese suceso tan particular surgió la frase “METER LA MANO EN LA LATA” que ha llegado hasta nuestros días sin la menor idea de su procedencia.
Después de una semana de trabajo, la mujer entregaba la lata o alcancía a un rufián que la protegía (conocido como el canflinflero) y este extraía las fichas y las cambiaba en el prostíbulo por dinero. En general, salvo raras excepciones, los canflinfleros explotaban a sus prostitutas quitándoles gran parte de lo recaudado y algunas de estas, precisamente, eran las que se animaban a METER LA MANO EN LA LATA.
Por extensión, en el ambiente prostibulario de aquel tiempo, también se comenzó a llamar latas a las fichas. Hasta alrededor del año1900 se cantaban coplas referidas a esta actividad; una de esas coplas decía:
Que vida más arrastrada
La del pobre canflinflero,
El lunes cobra las latas,
El martes anda fulero.
(CONTINUARÁ)

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