CXIV- CARLOS GARDEL, SU ARTE, SU TIEMPO Y LA HISTORIA -114
JOSÉ RAZZANO ES OPERADO
Por entonces José Razzano se somete a una intervención quirúrgica en la garganta. La revista “La Montaña”, del 27 de julio, comenta:
“La parte aguda del mentado dueto Gardel-Razzano, está convaleciente de la operación que se le practicara en la garganta. Apenas restablecido Razzano, reaparecerá la pareja en el Empire y bien pudiera ser que debutaran al mismo tiempo que la Meller”.
La Meller era una famosísima cantante, cupletista y actriz de cine española llamada Raquel Meller (1888-1962). Durante las décadas de 1920 y 1930 fue la artista española de mayor éxito internacional. Estrenó famosas canciones como «La Violetera» del maestro José Padilla (1889-1960).
PABLO PODESTÁ
Todos los días Carlos Gardel visita a José Razzano en la clínica en que se halla internado, ignorando que a pocas cuadras se encuentra la clínica del psiquiatra Dr. Gonzalo Bosch (1885-1967) en la que está recluido el actor uruguayo Pablo Podestá (1875-1923), hermano menor de los creadores del teatro criollo.
Pablo Podestá, tocaba de oído la guitarra, el violín y el violoncelo, y además componía música que su hermano Antonio Podestá (1868-1945) llevaba al pentagrama. Desde niño fue acróbata en el circo que dirigía su hermano José Podestá (1858-1937) y debutó como actor cuando éste formó la compañía que fuera tan célebre en la historia del teatro en el Río de la Plata.
Quienes vieron actuar a Pablo Podestá aseguraron siempre que fue el más grande de los actores de nuestro medio. Fue además cantor, escultor, pintor, actor cinematográfico en la época del cine mudo, y hasta escribió un drama, “Miseria”, que el mismo representó.
En 1919, actuando en Rosario, manifestó sus primeros síntomas de locura y dejó el teatro. De inmediato, se realizó en el teatro Avenida una función a su beneficio.
Según cuenta Francisco García Jiménez, en su libro “Vida de Carlos Gardel”, Razzano le contó lo siguiente con respecto a Pablo Podestá:
“A poco tiempo de ese gran homenaje a Pablo Podestá, tuve que internarme en un sanatorio donde me hicieron una delicadísima operación quirúrgica en la garganta. Ya convaleciente -pero sujeto a restricciones muy severas; entre ellas, la prohibición de hablar- Gardel solía venir a buscarme los días de sol para hacer un corto y silencioso paseo. La casa de salud donde Pablo estaba recluido era cercana al sanatorio, y, en uno de dichos paseos, al pasar por su puerta, nos encontramos con Pepe y Antonio Podestá que iban a visitar a su pobre hermano.
“Muchachos –dijeron- vengan con nosotros a verlo...”
Gardel les explicó mi estado. Ellos insistieron. Entramos. En que milagroso instante de lucidez hallamos a aquel querido e infeliz amigo, inolvidable puntal de nuestros triunfos. Nos reconoció, abrazándonos en forma conmovedora. “¡Canten... Canten!” -nos pedía. Gardel le hizo comprender que yo no podía ni hablar. “¡Cantá vos Carlitos -le dijo- Cantame Amargura”... Trajo su violoncelo del que nunca se separó y sin una vacilación le acompañó a Gardel el estilo. La voz de Carlos se quebraba en sollozos. También las cuerdas del violoncelo. Nosotros, escuchando, conteníamos los nuestros. Pero el semblante de Pablo estaba transfigurado en un éxtasis dichoso, porque una luz reminiscente rasgaba los velos de la locura”.
“Muchachos –dijeron- vengan con nosotros a verlo...”
Gardel les explicó mi estado. Ellos insistieron. Entramos. En que milagroso instante de lucidez hallamos a aquel querido e infeliz amigo, inolvidable puntal de nuestros triunfos. Nos reconoció, abrazándonos en forma conmovedora. “¡Canten... Canten!” -nos pedía. Gardel le hizo comprender que yo no podía ni hablar. “¡Cantá vos Carlitos -le dijo- Cantame Amargura”... Trajo su violoncelo del que nunca se separó y sin una vacilación le acompañó a Gardel el estilo. La voz de Carlos se quebraba en sollozos. También las cuerdas del violoncelo. Nosotros, escuchando, conteníamos los nuestros. Pero el semblante de Pablo estaba transfigurado en un éxtasis dichoso, porque una luz reminiscente rasgaba los velos de la locura”.
Llora el ave cuyo nido
En la noche, llevó el viento.
Cuán amargo es su lamento,
Como triste es su gemido.
Profunda la pena ha sido,
Mas torna luego a anidar,
Y cantando sin cesar
Vive feliz y contenta.
Ya el ave no se lamenta,
Ni tiene por qué llorar.
En la noche, llevó el viento.
Cuán amargo es su lamento,
Como triste es su gemido.
Profunda la pena ha sido,
Mas torna luego a anidar,
Y cantando sin cesar
Vive feliz y contenta.
Ya el ave no se lamenta,
Ni tiene por qué llorar.
(Personalmente siempre he dudado sobre la veracidad de esta anécdota debido a que Francisco García Jiménez, habiendo sido testigo de muchos sucesos relacionados con el tango y con Carlos Gardel, siempre prefirió impactar con su floreo literario antes que investigar seria y profundamente los hechos…)
El Dúo Gardel-Razzano, en sus comienzos, incluía en su repertorio el estilo “La piedra del escándalo” compuesto por Pablo Podestá sobre décimas de Martín Coronado. Dicha obra, que se cantaba en el segundo acto del drama del mismo nombre, estrenada en 1902, es una de las tantas obras que formó parte del repertorio de Gardel y que, curiosamente, no llevó al disco:
Sobre el alero escarchado
Encontré esta madrugada
Una palomita helada
Que el viento había extraviado
Por ser tuya la he cuidado
Con cariño y con desvelo
Y la cinta color cielo
Con que venía adornada,
Al cuello la tengo atada
Por ser cinta de tu pelo.
Encontré esta madrugada
Una palomita helada
Que el viento había extraviado
Por ser tuya la he cuidado
Con cariño y con desvelo
Y la cinta color cielo
Con que venía adornada,
Al cuello la tengo atada
Por ser cinta de tu pelo.
(CONTINUARÁ)
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