Escayola en Montevideo
En 1908, el coronel Carlos Escayola abandona Villa San Fructuoso y también se radica en Montevideo. Se instala en el edificio de la calle Yaró Nº 1142. Allí vive, junto con sus hijos menores, en pareja con Pilar Madorell, cantante lírica que conoció cuando actuaba en su teatro y pasó a ser el último romance de su vida, aunque no llegó a casarse con ella. Esta mujer fue la que cuidó a los hijos mas pequeños del Coronel, especialmente a Carlos Segundo quien, al morir María Lelia Oliva, su madre, contaba tan sólo con cuatro años de edad y virtualmente Pilar la reemplazó.Café de Pedro Correa
Durante el año 1909 se vuelven a esfumar los rastros de Gardel. Son muy pocos los testimonios y datos que hasta el momento se han obtenido aunque se sabe, por intermedio del Director del “Museo del Indio”, don Washington Escobar, que Gardel volvió a cantar en San Fructuoso, pues este hombre recordaba haberlo visto cantando nuevamente en el café de Don Pedro Correa, lugar donde además solía cantar el payador Juan Pedro López. También es posible que Gardel haya recorrido el Departamento de Tacuarembó y hasta haya visitado otros Departamentos vecinos antes de retornar a la ciudad de Buenos Aires.“El Museo del Indio” se encuentra en un antiguo edificio, reciclado y adaptado funcionalmente ubicado en General Artigas y General Flores de Tacuarembó.
Este museo fue fundado en 1941 por el mencionado Washington Escobar legando a la comunidad una de las colecciones mas importantes del continente.
Don Washington Escobar solía recordar que en Tacuarembó, cuando Carlos Gardel era ya muy famoso, había gente que recordaba aquellas actuaciones en el café de Pedro Correa y que mucha de esa misma gente no le creía cuando el cantor aseguraba haber nacido en Tacuarembó.
Claudio González
Por su parte, Tomasa Leguisamo, aseguraba que Gardel...“Anduvo cantando con Claudio González en el almacén de Benito López, cerca de “Santa Blanca” y por “Las Crucesitas”, en el de Policarpo Curbelo, antes de irse del todo a la Argentina”.
Además, muchos vecinos de Tacuarembó, tras la muerte del cantor, dijeron siempre que... “al hijo de Escayola se le vio cantando de joven por allá”.
Las andanzas de Gardel por Tacuarembó se prolongaron hasta 1910.
El carácter de Gardel
Las experiencias vividas durante su dura infancia debieron, indudablemente, haber dejado profundas huellas en el carácter del cantor. La Historia Oficial, empecinada en mostrarlo alegre y despreocupado, oculta los testimonios de quienes realmente lo conocieron.
José Razzano, para el diario “El Pueblo” de Montevideo, en su edición del 28 de junio de 1935, declaró:
“En la charla amiga, en los momentos de intimidad, cuando no tenía frente a sí la incitación del público, cuando quedábamos mano a mano en nuestra cordial camaradería de tantos años, Carlitos solía de pronto quedarse absorto, con una profunda tristeza en el semblante. Así pasaba largos instantes en que su atención estaba lejos del lugar y de la plática y mas de una vez hube de sacarlo de su ensimismamiento con una palmada en el hombro”.
Un año más tarde, el 25 de julio de 1936, nuevamente Razzano, para la revista “Caras y Caretas”, cuenta cosas muy parecidas:
“Los que departían con él en las grandes reuniones que él mismo provocaba –inexplicable afán de aturdirse- lo creyeron jovial, expansivo. Pero los que cultivamos su amistad sabíamoslo retraído, absorto y en algunos instantes contemplativo, llevando siempre algo dentro de sí, como una tristeza tortuosa, oscura. En el fondo era un niño. Tan pronto vencíale el abatimiento, como lo asaltaba un ansia incontenible de triunfo”.
Similares conceptos se advierten en las expresiones de Héctor Battes:
“Carlitos era más bien triste... Casi podría decir que eran dos hombres en uno, el primero alegre y juguetón cuando se hallaba entre amigos, pero al quedar solo se transformaba. En esos momentos parecía vivir una honda preocupación”.
Cátulo Castillo, observó también estos rasgos y dejó grabado su comentario para el sello Odeón en 1955, con motivo de cumplirse el 20º aniversario de la muerte del cantor:
“Tenía esa gracia un poco infantil de los muchachos silbadores de las esquinas de extramuros, la humorada imprevista, la chacota genial... Vivía melancólicamente, con una lejana remembranza de patria, de barrio, de esquina, que ese era el signo dramático con el que luchaba inconscientemente, planeando bromas, urdiendo travesuras…”
También coincide Isabel del Valle, cuando para el diario “Clarín” del 23 de agosto de 1984, simplemente, dijo: “Carlos era un chico grande”.
Por su parte, el maestro Terig Tucci, el director de la orquesta que lo acompañó en Estados Unidos durante las filmaciones y en la grabación de los discos para la RCA, expresó en su libro “Gardel en Nueva York”:
“Era mas bien un hombre introspectivo, dado a hondas reflexiones. Exteriormente, en sus expresivas facciones, poseía un aura de tristeza que se manifestaba hasta en su sonrisa y en su actitud mas bien tímida, casi reticente (...)
Gardel tenía un sentido trágico de la vida, una excesiva inclinación a la expresión de ideas dramáticas”.
Francisco Marino, autor del tango “El ciruja” dijo para la revista argentina “Todo es Historia” del mes de julio de 1969:
“No quería estar nunca solo y trataba de huir de alguien o algo, de un fantasma que llevaba adentro”.
El cantor Roberto Maida, que lo frecuentó en Europa, según cuenta Nelson Bayardo en su libro “Carlos Gardel, a la luz de la historia”, dijo:
“Cuando los demás gritaban ¡carta de mi madre!, ¡carta de mi novia!, abandonaba el lugar con una expresión de tristeza. Era un hombre muy retraído, casi un tímido, que estaba muy solo...”
Andrés Mestre Damaison, dueño de una taberna en Barcelona, donde hizo mucha amistad con él, dijo para la revista “Siete días” del 26 de junio de 1975:
“Allí en esa mesa me parece verlo a Gardel, junto a Pepe Samitier, una gloria del fútbol, mesa que compartían con Gregorio Marañón, Martínez Sierra, Raquel Meller, Catalina Bárcena, Federico García Sanchiz. Me parece verlo entrando por la puerta. Andaba pausadamente, algo inclinado hacia la izquierda, con aire no de cansado sino de un filósofo que ha recibido muchas lecciones de la vida...
Gardel estaba muy a gusto en Barcelona, cuyo clima húmedo le recordaba a Buenos Aires. Eso si, había días que estaba marchito, sentimental. No, no era el recuerdo de Buenos Aires o el amor de una mujer. A las mujeres les hacía justo el caso que se merecían, jamás estuvo a merced de ninguna”.
Para el diario “El Día” de Montevideo, en su edición del 24 de junio de 1975, Juan González Prado, letrista, autor de “As de cartón” y “Quimera”, dijo:
“Era un hombre buenísimo, generoso, vivía prestando plata, regalándola mejor dicho, ayudaba a todo el mundo. (...) Era un hombre con una gran angustia interior. Pero lo disimulaba muy bien porque siempre estaba alegre. Ninguno de nosotros sabía su problema...”
Luis Viapiana, para el suplemento del diario “El Día” de Montevideo, del 26 de junio de 1958, dijo:
“Lo que más cuesta creer en quienes no conocieron a Gardel, es que fuese un hombre retraído y poco expansivo. Ese era su signo temperamental excepto cuando se encontraba entre amigos. Entonces era desenvuelto, exuberante y la sensación de camaradería cristalizaba, perfecta a su alrededor, como en la rueda del ‘Tupí’, cuando cantaba a media voz, hasta que a eso de las dos de la mañana, San Román (dueño del ‘Tupí’, café Montevideano que se hallaba en la Plaza Independencia frente al teatro Solís) nos decía: ‘Esto se terminó, señores’. Por supuesto, y tal como se dijo siempre, es cierto que con los humildes era amistoso. En más de una ocasión me tocó presenciar, a la salida del teatro, como los canillitas se le acercaban. Gardel entonces se desplazaba hacia algún rincón oscuro donde nadie pudiera ver lo que hacía. Y allí estaba unos minutos distribuyendo algunos pesos entre los muchachitos que allí se arracimaban.”
Harry Milkewitz, psicólogo nacido en Berlín en 1931 y atrapado por el tango, publicó un interesante estudio titulado “Psicología del tango”, donde dijo acerca del cantor:
“Gardel es un hombre que ha triunfado en el mundo, lo ha logrado cantando pero tiene los rasgos típicos de un abandónico, tras su sonrisa triste, acentuada por sus ojeras oscuras. Buscaba siempre el calor de la amistad, de la cual era notorio cultor. No sabía estar solo, pues tenía temor, sentía ansiedad en la soledad, porque ello repetía en él las traumáticas vivencias afectivas de su infancia y adolescencia”.
El conocido escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, reporteado por Alfredo Zitarrosa para la revista “Crisis”, recuerda las noches en que veía a Gardel en el viejo café Monterrey:
“Tenía esa clase de tristeza que sale de adentro, que surge de un problema interior, aunque el problema interior no se sabe nunca de donde viene.
Nunca hablé con él, sólo lo veía de vez en cuando en ese café que te digo, de madrugada.
Hablaba poco, era cortés y retraído y daba la impresión de ser tímido. Tenía una gran cordialidad: yo le veía escuchando a todo el mundo con verdadera atención y siempre sonreía”.
El doctor Enrique Pichon Rivière, prestigioso psiquiatra argentino, uno de los introductores del psicoanálisis en mi país, célebre por sus diagnósticos a primera vista, refiriéndose a Gardel, comentó para el libro “Conversaciones con Pichón Rivière” de Vicente Zito Lima:
“...Recuerdo que en su rostro había una gran tristeza. Aunque no una tristeza propia de un día especial. Mas aún: podría decir que siempre había notado en Gardel ese mismo estado espiritual que reflejaba ese mundo tan especial que le acompañaba”.
Tras la muerte de Carlos Gardel
Tras la muerte de Carlos Gardel, cuando en forma repentina y sorpresiva apareció la noticia según la cual era de nacionalidad francesa, hubo mucha gente de avanzada edad que comenzó a sospechar que algo muy extraño había ocurrido, porque hasta ese momento, tanto en Argentina como en Uruguay, se sabía que el cantor era uruguayo y nadie tenía la menor duda al respecto. Hubo también quienes creyeron de buena fe en los argumentos que iban apareciendo en la medida en que se iba haciendo necesario justificar aquella nueva nacionalidad.
Tal como ya lo hemos comentado, después de la catástrofe de Medellín, todos los diarios argentinos y extranjeros, publicaron, como la cosa más natural, que Carlos Gardel era uruguayo. El diario “La Prensa” de Buenos Aires, por ejemplo, al día siguiente de la tragedia, publicó un extenso artículo en el que se destacaba la importancia del cantor en la música rioplatense y, tras otras consideraciones sobre su carrera cinematográfica, fue resumida su trayectoria en el canto para finalizar diciendo:
“Carlos Gardel había nacido en la República Oriental del Uruguay el 11 de diciembre de 1887”.
Muchos diarios también aseguraban que el gran cantor había nacido varios años antes de 1887. Y jamás se supo de nadie que se hubiese molestado, ni siquiera preocupado, por ello. Sin embargo, habiendo transcurrido un año de su trágica desaparición, la fuerte y persistente campaña propagandística realizada había comenzado a surtir su efecto.
Desde la época colonial, hubo grandes rivalidades entre ambas márgenes del Plata que hicieron eclosión toda vez que algún suceso importante involucró a los dos países. En el siglo XX, un motivo que originó grandes polémicas fue el Primer Campeonato Mundial de Fútbol realizado, en 1930, en la República Oriental del Uruguay. En aquella oportunidad, los equipos de ambos países, debieron disputar el partido final y, en medio de grandes tensiones y agresiones, el equipo uruguayo ganó el campeonato mientras Argentina quedó relegada al segundo puesto.
Al morir Gardel, cuando Armando Defino cambia la identidad del cantor, la vieja y tradicional rivalidad encuentra motivo más que suficiente para reanudar los viejos e inútiles enfrentamientos. Lo lamentable en todo esto fue la participación de gente que, por su formación intelectual y conocimientos, tendrían que haber permanecido totalmente al margen de estas cosas. Un ejemplo fue el escritor y poeta argentino Leopoldo Velazco, nacido en 1882.
El mencionado hombre de letras, en 1936 escribió una décima que expresa claramente hasta donde se había llegado con la inconducente rivalidad entre argentinos y uruguayos a un año de la muerte del cantor:
Si es que tiene la otra orilla
La gloria de ser su cuna,
¿Quien nos quita la fortuna
De ver que en el Plata brilla?
Si estallara una rencilla
Por cantor tan sin igual,
Aquí su prestigio es tal
Que ninguno lo cediera
Aunque a buscarlo viniera
Toda la Banda Oriental.”
El Francesito
A pesar del paso de los años, la mayor parte del público de avanzada edad continuaba diciendo que Gardel era uruguayo logrando sembrar ciertos temores entre los biógrafos de la Historia Oficial argentina. Por ello, en la década de 1950 se hizo circular la creencia de que al cantor, en su infancia, lo apodaban “El Francesito”.El investigador Ricardo Ostuni, en su libro “Repatriación de Gardel” dice al referirse a este supuesto apodo:
“Al respecto he realizado una prolija investigación tratando de establecer que documentación permitía corroborarlo. Mi conclusión es que no existe ningún elemento de juicio, como no sea la fantasía creadora de algunos escritores...
Una de las hijas de la familia Francini que rememora momentos de la infancia de Gardel en una nota de “La Canción Moderna” en 1936, no menciona que se le conociera por dicho apodo. Esteban Capot, quien siempre se dijo su amigo íntimo desde la más tierna infancia, ignora tal sobrenombre en todos los reportajes. En ninguno de los documentos escolares que se atribuyen a Gardel consta su nacionalidad. Doña Berta jamás hizo alusión a este supuesto apodo... Es muy probable que el gentilicio naciera de la fértil imaginación de don Francisco García Jiménez quien, pudiendo ser cronista impar de muchos acontecimientos de su tiempo, prefirió siempre el floreo literario antes que el rigor histórico.
Por otra parte Edmundo Guibourg con vacilante memoria y para justificar que Gardel ignoraba por completo el idioma francés, recordaba que ya a los 9 años había perdido totalmente el acento galo.
Este supuesto apodo de “El francesito” es otra de las muchas creaciones artificiosas a que recurrieron los biógrafos oficiales, en un incomprensible afán por reforzar sus argumentos”.
De las conclusiones obtenidas por Ricardo Ostuni, sencillamente, se puede deducir una vez más, que si Carlos Gardel no hablaba el idioma francés, el que obtenía 10 puntos en la asignatura de esa lengua, cuando estudiaba, era Charles Romuald Gardes, el hijo de doña Berta nacido en Francia y llegado a Buenos Aires con algo más de dos años. De esta manera, el famoso apodo “El Francesito”, tan manoseado en los últimos tiempos, no fue otra cosa que uno de los postreros, desesperados y descabellados intentos que llevaron a cabo los encubridores escribas de la Historia Oficial argentina ante el avance de las investigaciones realizadas por los estudiosos que no se hallaban comprometidos con ella. Personalmente entiendo que el invento de este “apodo” arreció notablemente alrededor de 1960 cuando Erasmo Silva Cabrera comenzó con sus investigaciones.
Los cambios generacionales
El primero en estudiar con rigor histórico el origen de Carlos Gardel, fue el periodista uruguayo Erasmo Silva Cabrera, quien, con su accionar, fue dando lugar a enojosos debates por parte de los que prefieren dejar todo como está, sin molestarse siquiera en estudiar las conclusiones a las que este investigador arribó. Pero lo lamentable no son los enojos y las discusiones a que dieron lugar (y continúan dando) aquellos que apoyan la Historia Oficial; lo realmente lamentable es la negación sistemática de los que sin leer ni una sola de sus obras, afirman que Silva Cabrera está equivocado o, peor aún, que es tendencioso. Sin embargo, con semejante actitud, al no señalar los errores o falsedades, permiten suponer que el mencionado periodista seguramente no ha de estar muy lejos de la verdad.Antes de la aparición de este investigador se contaba una historia ingenua, plagada de disparates y llena de toques sentimentales y nostálgicos. Mucha gente joven comenzó a darle a los hechos que se contaban, interpretaciones muy distintas y así, Gardel, lentamente comenzó a tomar matices más reales como persona, como ser humano. Un estudiante de Historia, de Sociología, de Psicología, u otras carreras, no podía admitir cosas que, desde el punto de vista humanístico y científico, eran realmente absurdas. Fatalmente, para la Historia Oficial, Gardel no sólo gusta al obrero, al oficinista o al comerciante, sino también al músico, al historiador, al médico, al arquitecto, al docente, al ingeniero, al contador y a un sin fin de profesionales habituados al estudio, al análisis, a la investigación y, por sobre todas las cosas, a las conclusiones e interpretaciones razonadas mediante una metodología y no por medio de confusos sentimientos, pálpitos, creencias o preferencias personales.
Es mucha la gente nueva que hoy posee conocimientos más que suficientes sobre arte, literatura, música, historia, ética, estética, sociología, filosofía y otros temas como para que le puedan vender gato por liebre. Pero además saben hablar con propiedad, con calma y con respeto aún en el desacuerdo. No se enfurecen como los “tangueros” argentinos cuando oyen decir que Gardel es uruguayo.
Las nuevas generaciones, en gran medida, no rechazaron, sin leer primero, las investigaciones de Silva Cabrera y, en el peor de los casos, quienes no estuvieron de acuerdo las vieron lo suficientemente importantes como para tenerlas en cuenta.
Erasmo Silva Cabrera (Avlis)
Nació en Canelones, Uruguay, el 9 de enero de 1913 y su actividad principal fue el periodismo. Verdadero profesional de la investigación y hombre de vasta cultura, al observar que en ambas márgenes del Plata mucha gente de avanzada edad continuaba diciendo que Gardel era uruguayo, al comenzar la década de 1960 inició un rastreo sobre el confuso origen del cantor, de cuyo itinerario da cuenta en su primer libro, tan apasionante como caótico, “El gran desconocido”, publicado en 1967.En 1975 publica su segundo libro: “Gardel Oriental, alegato por la verdad”, que fue su obra más importante y demoledora en todo lo referente a la falsedad del testamento ológrafo adjudicado al cantor, a punto tal que hasta hoy no se alzó una sola voz que pretendiera aunque sólo sea suavizar el apabullante impacto de las pruebas aportadas por Silva Cabrera. Sólo un silencio culpable puso, seriamente, en tela de juicio la capacidad de discernimiento de aquellos que sin leerlo lo descalificaron.
En 1985 da a conocer su último libro, “El hombre y su muerte”, y el 31 de julio de 1987, Erasmo Silva Cabrera, que firmaba con el seudónimo Avlis (Silva escrito al revés), fallece en la ciudad de Montevideo a los 74 años de edad, tras tres décadas vividas intensa y constantemente sumido en la investigación de este tema.
Durante sus inquisidoras búsquedas, avanzó por los mas complicados laberintos, andando y desandando sus propias ideas sin imaginar que estaba abriendo un camino por el que luego transitarían nuevos estudiosos aclarando detalles, eliminando dudas, obteniendo nuevas conclusiones y hasta corrigiendo apreciaciones que, como es natural en quien encara algo nunca investigado, cometió errores y, a veces, muy grandes.
Quienes quedaron sin argumentos para oponerse a las razones de este verdadero investigador, cometieron la torpeza de declarar que sus teorías, sus conclusiones y sus deducciones eran falsas o, en el mejor de los casos, erróneas. En cambio, no ocurrió lo mismo con aquellos que conocen, en el campo de la investigación, el significado de una teoría, una conclusión o una deducción. Como casi siempre ocurre, fueron los que menos capacidad intelectual tenían los que con más energía se largaron a vociferar, tal vez porque esta gente ignora que aún lo que se supone falso, para considerarlo como tal, también hay que demostrarlo; y así, al igual que cuzquitos, pretendieron combatir las conclusiones de Silva Cabrera ladrando de lejos porque para dialogar con una persona que piensa, hay que pensar; la mediocridad y la ignorancia no son cualidades adecuadas para enfrentar al razonamiento, al conocimiento y al interés por alcanzar algún resultado en lo que se investiga sin tener en cuenta los sentimientos e ideas personales.
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